Edgar
Tuve que correr desde la cocina hasta el inalámbrico que había olvidado en la habitación de la televisión. Descolgué al cuarto tono y oí la voz de Edgar.
– ¿Te he despertado? Es tarde. Supuse que a lo mejor dormías.
Me alegré de que fuera Edgar, éramos amigos desde la guardería y hacía unos días que no había podido localizarlo. Las comunicaciones con aquella zona de Brasil eran complicadas.
– No. Estaba despierto. Suelo cocinar a estas horas, me ayuda a conciliar el sueño.
– Siempre has sido un gran cocinero. Aunque te dediques a defender a gente que se mete en problemas. ¿Todo bien por el juzgado?
– La verdad es que sí. Cada vez me dan más responsabilidades. ¿Y tú?
– En el hospital. Aún me tiemblan las manos. Me he escapado a los baños para llamarte.
– ¿Y qué, se sabe algo?
– Sí, por eso te llamaba. Acabo de ser padre y tú por fin eres tío de una preciosa y sana niña.
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